En la edad adulta olvidamos tristemente al niño que vive dentro de nosotros, ese niño interior que fuimos y que quedó para vivir dentro de nuestro ser, pero que olvidamos nutrir, cultivar y mimar. Ese niño, portador de nuestros sueños, que sabía lo que quería de la vida, expresión de nuestra más pura vitalidad y esencia, de nuestro YO más profundo y honesto, respecto de lo que anhelábamos y deseamos.
Lamentablemente en cierto momento la sociedad echó sus garras sobre ese niño y lo modeló a su imagen y semejanza, haciéndole perder la naturalidad y espontaneidad que lo distinguían. Los deseos y sueños que poseía el niño se pierden momentáneamente y permanecen en estado latente como Blancanieves, esperando que alguien venga y los despierte para que vuelvan a mostrar su magnificencia en el mundo.
En todos nosotros está el niño que alguna vez fuimos, pero nuestra familia, la escuela y en definitiva la sociedad y la realidad que nos rodea, lo han aniquilado y mortificado, negándole la oportunidad de cultivar sus habilidades innatas, mostrar al mundo su enorme creatividad. y mostrar su singularidad y autenticidad en la edad adulta. Uno de los objetivos de nuestra existencia debe ser volver a darle espacio al niño que vive en nosotros y que una vez fuimos; dale ese beso lleno de amor que le permitirá despertar y mostrarse al mundo nuevamente. Si lo nutrimos, lo mimamos y lo volvemos a acoger, entraremos en contacto con nuestra esencia más realista, con lo que realmente somos y deseamos y abandonaremos los roles y actitudes rígidas en las que los demás nos han colocado; dejaríamos de hacer lo que los demás esperan de nosotros, pero realizaríamos las obras para las que nacimos y para las que estamos en el mundo.
Expresaremos todo nuestro potencial y comenzaremos a amarnos y a ser verdaderamente nosotros mismos, dejando atrás esos patrones inflexibles y paralizantes que nos han impuesto y seguiremos nuestra verdadera naturaleza, disfrutaremos de nuestra originalidad y nos propondremos Escribe nuestro verdadero destino.